Nunca olvidaré aquella
sonrisa,
de dentadura alineada
y labios de saber besar,
desperezándose como una rosa,
lentamente, al sol.
Fue un instante congelado
de una mañana gris y vacía.
Tan nuestro el momento aquel,
que nos enredó anónimos por
la calle.
Cómo no podré olvidar
aquella mirada cómplice,
con la que, de mesa a mesa,
bajo la luz de un sol matizado
por la lona blanca
del chiringuito playero,
buscabas jugar a la seducción
y sin duda conseguiste
acelerar
mis constantes,
agitar el estimulo estéril.
Cuando llegó él, le besaste
sin perderme la mirada.
Tampoco me resigno a enterrar
aquel segundo infinito,
cuando, ajenos, rozamos
nuestros cuerpos,
apreciando tu carne trémula
y la firmeza de tus caderas.
Inconscientes disputábamos
un centímetro de arena
donde reposar el paso.
Fue al girarte,
rozaste tu pecho húmedo,
de pezón erizado,
en mi estremecido brazo.
Nos miramos ya sonreídos,
mientras se abrazaban las
manos,
buscando el indeseado
equilibrio
y te guardé en el adiós.
Tu, brillante de sal y sol,
yo, distraído en mi paseo
orillado.
De estos y otros muchos
instantes,
anónimos, casuales,
deseables,
tan de seres, tan necesarios
con los que el discurrir
cotidiano juega,
me queda el recuerdo
gratificante
y el enigma de tu existencia.
De Ángel Rebollar López (Toda reproducción, total o parcial, del contenido
ha de ser autorizado, previamente, por el autor)
Una belleza, Angel. Gracias por darme la oportunidad de leerlo. Saludos!!!
ResponderEliminarQue precioso y pasional poema querido amigo. Me encantó poeta, gracias por compartirlo. besos!!!!
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