lunes, 21 de noviembre de 2011

A VECES EN LA MADRUGADA


A veces en la madrugada, en estado de duerme vela,
aún bajo la ensoñación del poder de Morfeo,
me gusta, cuando mi prolongado ser alborotado,
busca persistente e instintivamente, el calor
guardado entre la voluptuosa cordillera muscular,
en la que concluye tu espalda.

Contagiada y provocada por mi deseo,
ante la torpeza e insistencia del ciego,
tu suave y cálida mano lo abraza,
desnudando su oculta cabeza, repetidamente,
 lo acercas acariciando tu puerta, de abrasador interior,
hasta provocar la humedad necesaria, que permita,
tras unos ondulantes movimientos de caderas
y otros de vaivén, descubrir tu acogedora estancia.

Así, abrasados por las llamas volcánicas,
avivadas  por nuestras rítmicas percusiones,
de la vehemente lucha exacerbada, sobrados de atavío,
deslizo una mano,  por la sinuosa curva de tu vientre,
hasta apreciar la incandescencia de tus ingles,
busco entonces, tu húmeda bisectriz,
en el encuentro del sutil promontorio,  ya crispado,
que la respiración te agita, con clamores elevados.

La diestra, por debajo de tu axila,
deambula en el hallazgo de tus brotes anteriores,
que se ofrecen bruñidos y templados,
ya, mis dedos perdidos  en sus provocados extremos,
acelerando y exacerbando las manifestaciones idas,
nos lleva sin posibilidad, ni deseo de contención,
al inevitable y perseguido sucumbir,
disolviéndome en tus rescoldos y anegándote,
con toda mi retenida pasión, que devuelves
agitada por estertores desordenados.

Fuertemente abrazados, sometidos al reposo
nos dejamos cubrir por los esforzados elixires,
que a poco, van calmando nuestros jadeos,
devolviéndonos al onírico y profundo abandono.



                    De: Ángel Rebollar ( cualquier utilización, total o parcial, del contenido
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